¿Por qué solemos tener tan poca autoestima?

    Aunque amarse a uno mismo parece lo más natural del mundo, existen infinidad de personas cuyo problema principal es que no tienen ningún respeto ni afecto por sí mismos. De hecho, las consultas de los psicólogos están llenas de este tipo de personas. Sin embargo, ¿el hecho de amarse a uno mismo no es acaso algo absolutamente natural?, y si es así, ¿por qué hay seres humanos que no desarrollan este tipo de sentimiento afectivo?

   Ciertamente, la autoestima es un sentimiento que debería ser inherente a la propia persona, en la medida en que una inmensa mayoría desea lo mejor para sí mismo. No obstante, muchos no se atreven a alardear de esta cualidad por temor a ser tachados de orgullosos, y otros se consideran con menos talento que su prójimo. Esta tendencia no se desarrolla por casualidad, sino que viene determinada por la acumulación de situaciones inquietantes o frustrantes vividas durante el período en que su personalidad se estaba formando.

   Quienes padecen falta de autoestima pueden ser víctimas de un pasado marcado por la enfermedad, la guerra, abusos sexuales, maltratos físicos o mentales, la ruptura de la familia por un divorcio... Como suele decirse, viven atormentados por los fantasmas del pasado.



Infancia y autoestima

   Durante la niñez, cualquier opinión que proceda de una persona adulta (un profesor, un tutor, el propio padre o cualquiera que tenga algún tipo de autoridad sobre el menor) es incuestionable. A ojos del niño, un adulto no puede equivocarse, de manera que tendrá que aceptar plenamente lo que le digan. Además, los comentarios de las personas que ejercen una influencia directa sobre el pequeño no caerán en el olvido, sino que quedarán grabadas en su mente, influyendo en su comportamiento y marcando su carácter en la edad adulta.

   Ahora bien, tampoco conviene exagerar. Nadie queda "marcado" de por vida por el hecho de que una vez se le grite o se le acuse de algo, aunque sea injustamente, sino que lo verdaderamente definitorio es la repetición de determinadas frases o comportamientos despectivos. Alguien decía, y no le faltaba razón, algo así como "sé que no soy idiota, pero cuando alguien te dice que lo eres cada día durante quince años, acabas por creértelo". Si estas declaraciones las hace una persona madura, resulta fácil imaginar cómo la reiteración de sentencias negativas acaba por dañar la autoestima de un niño.

    Nuestro grado de autoestima está claramente determinado por los "mensajes" que recibimos de otras personas. Si, por ejemplo, a alguien se le acostumbra desde la infancia a escuchar que es inteligente, tendrá a creer que realmente lo es, mientras que si se le hace saber que es estúpido, también creerá que cuanta con serias limitaciones en el terreno intelectual.

   Sin embargo, no todos los mensajes que otras personas nos envían tienen razón de ser. En realidad, es probable que algunos de ellos sean falsos. Ahora es el momento de mirar con atención el pasado y de determinar quiénes nos enviaron determinados comentarios y cuáles fueron exactamente sus palabras.



   No se trata de rendir cuentas al cabo de los años, sino de juzgar de forma objetiva los "mensajes" recibidos. Quizá algunas personas fuesen duras con nosotros simplemente con el fin de hacernos prosperar, y que merezcan todo nuestro respeto y cariño, pero quizá exista alguien que haya efectuado comentarios malintencionados con la única intención de hacernos daño. En ese caso, somos libres de no sentir ninguna estima, ni siquiera simpatía por ellos. Aunque pueda parecer curioso, concedernos ese placer puede producirnos un enorme alivio.

   Muchas de las personas que hacen "daño psicológico" a otras es porque ellas, en la infancia, también fueron víctimas de este maltrato. Evidentemente, este hecho no justifica su comportamiento, pero puede ayudar a comprenderlo.


Personas que nos han perjudicado

    Para llegar a comprender qué papel han jugado otras personas en nuestro grado de autoestima, debemos asegurarnos de que entendemos las razones del comportamiento de ese individuo, de que sabemos que nadie es capaz de hacernos sentir que no valemos nada salvo nosotros mismos, y de que nunca seremos responsables de destruir la autoestima de otra persona.




Para afrontar el pasado

    Las visualizaciones, de las que ya he hablado anteriormente, pueden ayudarnos a ganar en autoestima tanto si hemos sido víctimas de maltratos intencionados, como si nuestro malestar es producto de una lamentable serie de circunstancias. En realidad, ni siquiera el hecho de que desconozcamos el origen del problema es determinante, ya que las razones están "grabadas" en el subconconsciente y esa es una de las partes en la que trabjan las visualizaciones.

    Este tipo de prácticas puede ayudar a realizar cambios en la propia persona, pero no sirven para modificar el comportamiento de otros. De igual modo, aceptar que algún aspecto ha destruido un sentimiento de confianza y respeto es un gran paso hacia la superación personal. Quizá sepamos exactamente cuál es el origen del problema o quizá no,  pero en la visualización no es preciso mirar atrás a ninguna persona ni hecho concreto, no pueden aparecer recuerdos dolorosos.

    Con objeto de afrontar el pasado, podemos realizar el siguiente ejercicio de visualización:

    A medida que mi cuerpo se va haciendo más pesado con la relajación, me visualizo a mí mismo de pie en el extremo de un largo corredor. Se trata de un corredor iluminado y agradable y me siento feliz de estar allí. Al final de este corredor, a cierta distancia de mí, puedo ver una puerta a través de cristal que lleva al exterior. No veo con claridad a través de la puerta de cristal, en parte debido a la distancia y en parte porque está hecha de un cristal que distorsiona las imágenes. Sin embargo, sé que al otro lado de la puerta brilla el sol.

    En todo el pasillo, a derecha e izquierda, hay otras puertas que probablemente conducen a habitaciones. Cada puerta está un poco entreabierta, aunque no lo suficiente para que pueda ver lo que hay dentro. Sé que cada una de esas habitaciones guarda algo (alguna persona o acontecimiento) relacionado con mi pasado y que ha tenido algo que ver en la mala imagen que tengo de mi mismo. No sé qué ese lo que hay en cada habitación y nunca necesitaré saberlo, pero me basta con saber que hay algo imporante en ellas.

   Recorro ese pasillo y, tal como me voy acercando a cada puerta de la derecha y de le izquierda me detengo, cojo el pomo con suavidad pero con firmeza y cierro la puerta.

   Lo que acabo de hacer, al cerrar todas las puertas, es no fingir que el pasado no existió y no tuvo ningún efecto sobre mí, sino ponerlo donde corresponde: firmemente en el pasado. No estoy intentado olvidar ni convencerme a mí mismo de que fue distinto a cómo fue en realidad. Lo único que estoy haciendo es demostrar que ya no tiene que afectarme en el presente o en el futuro.

    Cuando ya se han comenzado a experimentar diferencias en cuando tal sentimiento que se tiene hacia uno mismo, se puede reducir la visualización a una, dos o tres veces por semana. En momentos de dificutlad, puede incrementarse el número de "sesiones".

    Estas visualizaciones puede reforzarse también con las siguientes afirmaciones:
  • El pasado forma parte del pasado.
  • Soy capaz de colocar el pasado en el lugar que le corresponde.
  • Tengo un gran futuro por delante.

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